Del histeriqueo a la maternidad: la autora argentina Robertita escribe e ilustra novelas de autoficción que no le temen al ridículo
Su última obra es “Antimaternity”, protagonizada por una mujer que ronda los cuarenta y que se pregunta si hijos sí o no.
Por
Gabriela Baby
8 de Junio de 2022
Divertida, aceleradísima, extrema, adictiva, cuestionadora: Robertita ataca otra vez. Para quienes no la conocen, vamos a decir que es la cuarta novela de una autora argentina súper experimental y osada, que responde al mismo nombre que su personaje y que anda por la vida autoficcionándose, es decir, llevando a un extremo de agudo tono tragicómico las preguntas que la atraviesan en cada etapa.
Después de la trilogía de novelas Loser (2011), Winner (2015) y Roommates (2020), llega Antimaternity (2022).
Si a los veintipocos Loser dio rienda suelta a la obsesión del amor no correspondido; a los casi treinta planteó en Winner la furia y la separación (y cierto histeriqueo con varios hombres) y luego con Roommates la depresión post todo, en Antimaternity Robertita –cerca de los cuarenta, en pareja y más estable– se enfrenta al conflicto de tener o no tener hijos: esa es la cuestión.
Antimaternity es novela gráfica, pero no; tiene bastante texto. Es historieta, pero no: sus capítulos tienen títulos desopilantes; es relato ilustrado, pero no: las ilustraciones suman escenas y peripecia a la protagonista. Alto ahí, entonces: ¿Quién es Robertita? ¿Autora? ¿Personaje? ¿Narradora? ¿Voz de la (in)conciencia?
Una entrevista por Zoom a las tres de la tarde de un jueves revela algunas incógnitas (y siembra otras) sobre una mujer que escribe y dibuja sin parar.
- ¿Cuál fue tu recorrido como autora para llegar a escribir y dibujar estas historias, que además tienen como protagonista a una chica que… sos vos?
- La primera persona y las cosas que se cuentan tienen bastante que ver conmigo, sí. Te cuento: primero estudié Matemática, en la Facultad de Ciencias Exactas, pero no terminé la carrera y me fui a Arquitectura. Me recibí, laburé un poco de arquitecta, pero pasaba algo ahí que no… no pasaba nada, en realidad. Entonces, a los treinta, llega la crisis vocacional de nuevo, porque ya me había agarrado a los veinte, y armo el blog. El blog se llamaba Treintañera: ahí arranqué a escribir y a dibujar, sin pensarlo demasiado. Escribía todos los días y publicaba un dibujo y un texto. Y ahí se armó una cuestión. Al año de eso, me di cuenta que en realidad se había abierto un mundo… y entonces me enteré que existía el trabajo de ilustradora, que te podían pagar por dibujar. Empecé a mandar flyers y laburé para distintos medios gráficos y al poco tiempo empecé a escribir Loser, que fue publicada unos años después, en 2011.
- Hay una narradora que se sostiene en tus novelas, una voz insistente, con cierta ansiedad, usuaria de redes sociales, atropellada a veces, desopilante también.
- Sí. Es una narradora muy obsesiva, que no puede parar esa voz interna que se pregunta constantemente por lo que hace. ¿Está bien o está mal? O se replantea lo que hace, porque no le gusta nada y siempre quiere hacer otra cosa.
- ¿Neurosis?
- Tal cual. Es el lugar de mi neurosis. Y si bien las novelas no son autobiográficas, tomo elementos de la realidad para hacer ficción.
- Antimaternity plantea un tema álgido: ¿tener hijos es posible?
- Tener 40 y no tener hijos es la cuestión central. Retomo el personaje, la narradora, de las novelas anteriores unos años después de esa trilogía con otra pregunta y ese sesgo femenino, porque hay cosas en la mujer que a cierta edad te preguntás o te lo hacen preguntar. ¿Voy a ser madre? ¿Voy a tener hijos? ¿Qué voy a hacer con ese tema?
- Y si lo pensás, ¿qué pasa?
- Aparece otra pregunta: ¿cómo llego a ser madre? Tengo que tener ¡un montón de guita!, tengo que estar estable psíquicamente (hay mujeres que quedan estalladas), tengo que bancarme la fantasía del Alien, (porque hay un ser que va a salir de mis entrañas), y después parir o ir a cesárea, ambas opciones terribles, bueno, a mí me dan terror. Además, tenés al pibe y estás detonada todo el día, a punto del llanto. Bueno, esto es una tragedia, un panorama de guerra, yo no estoy preparada. Porque además demanda mucha estabilidad emocional: mucha gente sale medicada del posparto, no es para mí. Sin duda, la que se manda a tener hijos es porque responde a un deseo muy fuerte.
- Además está el cruce con el tema del trabajo, la economía, y otra pregunta: ¿cómo bancar monetariamente a un hijo?
- Porque si trabajás en relación de dependencia, 8 o 9 horas, classic system digamos, ¿cuándo estás con el pibe? Tenés que pagar una institución o señora que lo cuide. A mí me pasó de empezar a laburar por m cuenta por si algún día tenía ganas de tener pibes. Pero, si laburás por tu cuenta, ¿cómo hacés? Porque laburar con un pibe en casa es imposible. ¿Entonces? Y además, ponés todo eso: ponés el cuerpo, ponés lo mejor de tu vida y un día viene tu hijo y te dice que vos lo defraudaste. La maternidad es un lugar de mucha ingratitud.
- ¿El personaje de la psicóloga revela tu mirada sobre el psicoanálisis?
- ¡La psicóloga de la novela está reloca! Pero se parece bastante a una que tuve en la vida real, hasta zafé: un día pude escapar de una psicóloga que hablaba de sus problemas y me decía lo que tenía que hacer o pensar. Y que creo que trajo el tema para que yo lo piense, en plan “que no te agarren los cuarentas y no hayas visto el tema maternidad”. Como que si no hay deseo, en realidad, es que estás negando el tema. Junto con la idea de que el óvulo no te espera y la proliferación de clínicas de conservación y la críoconservación de óvulos con la movida de “podés ser madre a la edad que quieras, ganarle al tiempo y a la biología”. Me parecía un tema súper interesante para escribir.
- Por otro lado, las acciones Robertita y de los otros los personajes están atravesadas por las redes sociales. Y la velocidad narrativa de la novela tiene cierta lógica de las redes sociales. ¿Impacta en tu escritura y en vos como escritora que existan las redes?
- Sí, de hecho pienso en un punto que existo y ejerzo las profesiones que ejerzo porque existe Internet. Por Internet salí al ruedo. Abrí un blog y pude hacer y mostrar mi trabajo. Y recuerdo que en My Space, que fue la primera red social (olvidada, pero para mí muy querida), la previa a Facebook, se empezó a armar una comunidad. Te contactabas con gente que estaba también en cuestiones artísticas, y ahí empezó a circular mi blog y descubrí un montón de gente que estaba haciendo música o fotografía o algo. Y hoy tengo amigues de aquella época. Y entonces mi escritura tuvo que ver un poco con el mundo online. Y además desde la primera novela yo trabajo con lo que llaman el “material de descarte”, que son los mensajes de texto, los audios, las interacciones de la red. Suelo poner mensajes o audios textuales en alguna novela. Y guardo muchos screenshot que me parecen buen material.
- Pero también hay un funcionamiento de la novela que tiene que ver con la inmediatez y la jerga de las redes. ¿Cómo trabajás esos materiales de descarte?
- Las redes me parecen un lugar de mucha producción. Igualmente tienen cosas nefastas: la proliferación de fotos, de selfies, de cuerpos, todo eso es muy banal por un lado pero, a la vez, un lugar muy rico en donde encontrás mucho material que te dispara para escribir. Cuidando siempre que esos materiales sean parte de la estructura narrativa, que estén al servicio de lo que se quiere contar. Que no sea decir por decir o poner audios o mensajes de texto por ponerlos, sino que vayan a un tema más existencial, más profundo.
- ¿Y qué uso hacés de las redes?
- Yo uso mucho la red para promocionar mi trabajo, para interactuar, para buscar materiales. Y además, con dos amigos, que conocí justamente a través de las redes, tenemos una cuenta que se llama Bendito Instagram @bendito_ig, en la que hacemos un resumen de algunos perfiles y mesa debate en donde la gente critica o comenta otros espacios de esa red. Porque en Instagram tenés gente que hace y promociona cosas muy valiosas para otras personas y otros que venden humo. Enorme abanico.
Comedia de amor desesperado
10 de febrero de 2012
LA NACION
En el ya congestionado carril que va de la Web al libro en papel, la publicación de la primera novela de Robertita (Buenos Aires, 1977) arriba como aire fresco al panorama de la así llamada nueva narrativa argentina. La autora es colaboradora en revistas y diarios, y su blog Treintañera (treintañera.blogspot.com), en el que se narran episodios de un grupo de amigos de clase media (tipo Friends ), cuenta con muchos seguidores. Robertita, la protagonista de la novela, tiene un Fotolog al que sube dibujos y textos, y parte de su vida fluye por los canales virtuales: msn, Facebook, chats ("Abro el msn medio zombie. No me importa nada más que mi msn. Mi msn es mi mejor amigo"). Cuando Rolando, un genio que escribió un libro (libro del que nunca sabremos más que eso, que lo escribió y que es genial), que tiene una banda de rock y que trabaja para una radio, le deja un mensaje, ella "flashea" e inicia un derrotero sentimental. Rolando tiene una ex novia que parece que aún es su novia, y Robertita, que quiere reemplazarla, aunque no exactamente ser su reemplazo, lo bombardea con sus gracias retóricas. La cuestión avanza hasta un beso, pero luego retrocede: sólo son amigos. A partir de entonces, Robertita se vuelve terapeuta, gurú, detective (hay una subtrama delirante con una admiradora anónima de Rolando), un pibe, una madre, coaching ; todo en función de él.
Ni los avatares de una loser ni el relato de las performances de una superestrella, la novela se ocupa de una relación imposible entre dos jóvenes de treinta y pico que a veces piensan, actúan y hablan como chicos de quince. Con materiales de descarte como la chatarra televisiva, la chick lit , el chat de madrugada y los latosos mensajes de texto, la ideología lunática de las revistas femeninas, los guiones de series de los años noventa y la literatura de autoayuda (que la protagonista lee y cita con fervor culpable), las canciones de Ricardo Montaner y una jerga adolescente de cincuenta palabras astutamente combinadas, la autora crea a una joven Frankestein, una golem dedicada a amar a Rolando y a sufrir por él. Sus amigos (entre ellos están los personajes más entretenidos: Seba, Lola y las siete chicas cools ) la aconsejan con sensatez y cariño y la soportan en interminables sesiones de msn. Novela de la "extimidad" (la intimidad hecha visible por medio de los medios electrónicos, según Paula Sibilia), Loser parece una interminable función de stand up , con chistes, altibajos, reflexiones nacidas al calor de la frustración amorosa y perogrulladas divertidas ("La Loca está loca"). Convencida de que los padecimientos de una chica "perdedora" rinden menos que los de un chico ídem, la autora presenta una antiheroína verborrágica, enfática, ciclotímica, a medio camino entre los personajes superados de Maitena y los vacilantes de Romina Paula. Quizá porque no queda otra, la voz de Robertita, que se asume como enamorada desesperada, amiga canchera, mujer suspicaz, paciente archineurótica, narcotiza al lector y transforma un argumento risible -también por lo mínimo- en una tragicomedia de la subjetividad.
Escribir en un hotel del sur
Seis escritores se alojaron en agosto en el Llao Llao, convocados por el editor Guido Indij y con el auspicio de adn. Cada uno debía escribir una historia de hotel. El libro saldrá en los próximos días
25 de noviembre de 2011
LA NACION
Acomienzos de otoño, recibimos una propuesta de Guido Indij, el director de la editorial Interzona. Quería que adn acompañara, auspiciara, promocionara y/o difundiera su proyecto de "residencia creativa". La fórmula era simple pero atractiva: consistía en reunir a un grupo de escritores en un lugar muy bello, alojarlos allí por unos días, alimentarlos y pasearlos a cambio de que cada uno escribiera algo. Un cuento, un ar-?tículo, un diario de viaje, poemas. El rango literario era completamente abierto, y el editor publicaría un libro con lo que cosechara al cabo de ese período de aislamiento. Un periodista acompañaría a los escritores, como testigo de la experiencia, y la revista cultural de La Nacion era la elegida. Dado que no existen razones humanas para dejar pasar una invitación como ésta, aceptamos.
Para la primera edición (habrá otras en los próximos años, aclaró Indij) el lugar sería el Llao Llao, en Bariloche, y la consigna, contar de un modo u otro historias que transcurrieran en un hotel. Cuando comenzamos a hablar, en abril, la simple mención de aquel rincón paradisíaco quebró las dudas que pudieran quedar sobre el destino de la empresa. La inspiración es un concepto siempre polémico, pero si la inspiración existe, tiene por fuerza que presentársele a uno mientras mira caer la nieve tras los cristales de una mansión de madera y piedra, en una loma que tiene por detrás la cordillera y por delante lagos de cuentos de hadas como el Nahuel Huapi y el Moreno.
Sonaba todo bien, incluso demasiado bien. El plan era viajar en agosto, en plena temporada turística de invierno. El hotel estaría repleto de esquiadores felices para quienes los escritores serían una atracción más. La alegría colectiva y la ausencia de conflicto podían malograrlo todo, ya que el clima festivo y la creatividad no siempre hacen pareja. Había que cambiar intimidad por ruido, pero era un riesgo que se podía correr sin miedo. Nadie podía imaginar que los escritores, el editor y el periodista estarían prácticamente solos en las inmensas salas del Llao Llao. Era imposible saber que a principios de junio entraría en actividad incontrolable el complejo volcánico Puyehue-Cordón del Caulle, que caerían muchísimas toneladas de cenizas sobre toda la región de los bosques, que se suspenderían los vuelos y que, por desgraciada consecuencia, la temporada patagónica de invierno fracasaría.
El viaje se hizo igual, aunque era lógico pensar, a fin de julio, que se suspendería. El seleccionado literario tuvo un precalentamiento de trescientos kilómetros por tierra, entre Esquel y Llao Llao, para probar la convivencia obligatoria de los días siguientes. Cuando llegaron al hotel desierto, ya sabían que, al menos en el aspecto humano, aquello no sería un mal programa.
Ahora que el libro está a punto de llegar a las librerías se pueden ver las ventajas de los conjuntos variados, ricos en diferencias y matices. Con tantos meses de preparativos y tantos accidentes naturales, era lógico que hubiera alzas y bajas respecto de la nómina inicial. Finalmente quedaron Arturo Carrera, Sergio Chejfec, Robertita Superstar, Gustavo Nielsen, Ariel Magnus y Edgardo González Amer. Por adn fue Pedro B. Rey, subeditor de la revista. Al regreso contó que para motivar al grupo, Indij hizo que proyectaran una noche la clásica película de Stanley Kubrick El resplandor, en la que Jack Nicholson sucumbe a la locura y a la furia asesina en un hotel de lujo.
Los días transcurrían entre lo público y lo privado. Encerrados en sus habitaciones, los escritores esbozaban los textos que redondearían más tarde, al regresar del viaje. Más tarde o más temprano se encontraban en los pasillos, participaban de mesas redondas sobre literatura, eran llevados a pasear por un Circuito Chico con nieve fresca sobre las cenizas, iban a donar libros a instituciones benéficas, en el centro. Sobre todo, cenaban juntos. Una noche, Nielsen amasó fideos para sus compañeros. Parece que nunca falla en esa especialidad. Otra noche, mientras comían, alguien, todavía impresionado por el film, le preguntó a la administradora si había habido historias trágicas en el Llao Llao, historias que igualaran en efecto dramático la que tenía para contar uno de los del grupo. En su pasado de hotelero, González Amer había sido testigo en su establecimiento de Cariló de un doble suicidio, un episodio nunca del todo esclarecido.
Uno por uno
Edgardo González Amer es también director de cine. Es porteño, nació en 1955 y se destaca como cuentista (El probador de muñecas) y novelista (Danza de los torturados, La mujer perfecta). El relato que concibió en Llao Llao se llama "Huésped de ningún lugar" y tiene que ver con la muerte de un padre, con el destino de sus cenizas y con un hotel que el protagonista recibe como herencia:
Los primeros momentos fueron incómodos porque, más allá de que yo era el dueño del lugar, Marcelo lo habitaba desde hacía tres años. El hotel era su casa y su lugar de trabajo. No puso en duda mis derechos, pero tampoco se entregó a mis órdenes. En cuanto nos acomodamos en nuestras habitaciones se lo dije a Ana.
–¿Y qué se supone que ibas a ordenarle, tarado?
–No sé, pero me hizo sentir incómodo...
Ariel Magnus tiene sólo 36 años y una carrera con proyección internacional desde que ganó el premio La Otra Orilla con su novela Un chino en bicicleta, en 2007. Desde ese éxito escribió bastante: Cartas a mi vecina de arriba, Ganar es de perdedores y La cuadratura de la redondez, entre otros. El humor es un ingrediente típico en la obra de Magnus. Su cuento barilochense se titula "El conserje". Dice allí:
Llamó a su madre para decirle que había llegado bien y regresó a la terraza del hotel, donde siguió practicando una de las cuatro actividades que le conocíamos de sus vacaciones, aparte del juego, la lectura y el pescado. Se dejó asar con método, cambiando cada media hora de postura como quien busca el sueño la noche previa a un viaje.
Robertita Superstar, o simplemente Robertita, es una ilustradora y arquitecta de 35 años cuya celebridad se debe, sobre todo, al blog Treintañera, que mantiene desde 2006. Su aporte para las Historias de hotel tiene el lenguaje fragmentario y coloquial popios de Internet y la era virtual. Se llama "Poner título" y éste es el tono:
Seguro estoy en crisis por lo de los 30 años, que es una mierda tener 30 años porque ya después viene que te hacés vieja y después ya te morís. No me quiero morir. Vamos a la habitación. Lo miro. Se tira en la cama y rebota. Mueve los dedos de los pies. No me gusta que haga eso con los dedos. ¿Me gusta? Sí, lo amo, lo amo. Boluda, lo amás, estás enamorada. Es el padre de los hijos que van a tener.
Sergio Chejfec, un porteño de 55 años que vive desde hace seis en Nueva York, es el autor de "El seguidor de la nieve", el cuento más concentrado y de clima narrativo más intenso:
Al principio, los copos son volutas que parecen materia olvidada, partículas de sedimentos arrastrados desde los techos o los árboles. En el comienzo no es nieve, piensa. Las formas van aumentando poco a poco en volumen y, sobre todo, en frecuencia; y cuando uno quiere precisar el verdadero comienzo del fenómeno advierte que en realidad ya asiste al hecho consumado y, digamos, en pleno desarrollo. Entonces el seguidor se olvida de atender al comienzo y entra en un estado similar al de abandono: sólo quiere observar y perder la mirada en la malla blanca.
Gustavo Nielsen es arquitecto además de escritor. A los 49 años, acumula una buena cantidad de premios literarios por libros como Playa quemada, El corazón de Doli, La flor azteca y La otra playa. "Hotel Nouvelle", lo que escribió en esta residencia creativa, es el texto que mejor se ajusta a la consigna. Desde la planta baja hasta el tercer piso, cuenta las cosas que ocurren, que se dicen y se piensan en cada habitación. Hay toques de poesía. En el "libro de quejas" se anota, por ejemplo: "Los sueños de este hotel no tienen renovación". Y también bastante ironía:
Habitación 108. Él toca la batería hasta las cinco de la mañana. Ella se acuesta a descansar hasta esa hora, sin escucharlo. Entonces se levanta para ir a su trabajo. Hace ruido con los pies, agita las puertas de los placares, roza la vajilla al lavarla, con la radio puesta a todo volumen. Él tampoco la escucha. Nosotros, los vecinos, sufrimos.
El poeta, ensayista y traductor Arturo Carrera nació en Pringles en 1948 y fue traducido a varios idiomas. Reproducimos en estas páginas un fragmento bastante extenso del texto que escribió en Bariloche. El título es, precisamente, "Llao Llao", y narra con lirismo y humor toda la empresa imaginada por Indij y llevada adelante con fortuna, contra viento y cenizas.
FUENTE: https://www.lanacion.com.ar/cultura/escribir-en-un-hotel-del-sur-nid1425813/
Robertita
23 de junio de 2016
LA NACION
Estudió Arquitectura, ejerció de arquitecta pero llegaron los treinta, sus treinta, y con ellos una crisis que revolucionó sus prioridades.
Es arquitecta pero hace varios años, también ilustradora y escritora. Y si algo se propone ella, conocida como Robertita (39 años), es transmitir coraje para llevar a cabo lo que el deseo dicta. "Si te picó el bichito es porque tenés que hacerlo".
El deseo, el mandato, la exigencia, la rutina de trabajo y otra nueva entrega de Cómo crean los que crean.
Robertita
-¿En qué momento sentiste "lo mío es el dibujo"?
-Yo había abierto un blog ("Treintañera") en el 2006, escribía algunos posteos porque estaba enojada con el laburo en el que estaba, laburo de arquitecta, el primer año solamente escribía y al otro año, entre abril y junio, se me dio por sumarle un dibujo en vez de foto. Ahí sentí que mi supuesta crisis existencial tenía que ver básicamente con que no tenía el trabajo que quería. Esa sensación me fue acompañando todo el año hasta fin de año. Y me acuerdo de una sesión de terapia de diciembre en la me dije: "no quiero trabajar más de arquitecta, ya fue, no me cierra por ningún lado, llego de vacaciones y trato de hacer algo con esto".
-¿Y cuándo volviste de vacaciones... ?
-Llegué de vacaciones y mandé unos flyers. Busqué en Google las editoriales que había, no tenía ningún contacto con nadie ni nada. Mandé esos flyers y al mes me llamaron de Ohlalá!. Ese fue mi primer laburo formal como ilustradora.
-¿Y por qué estudiaste Arquitectura y no Bellas Artes, por ejemplo?
-Por cómo era y soy yo, no me hubiera bancado estudiar una carrera que no fuera de las carreras liberales, de las políticamente correctas. También me pasaba que no me sentía lo suficientemente "artista" para ir a una Facultad de Bellas Artes. Y nada, me metí ahí. Venía con el chip de clase media de Floresta, "estudiá y trabajá por un buen pasar". Yo siempre cobré menos de arquitecta que de dibujante. Ojo, a mí me pasó eso. Hay arquitectos a los que les va muy bien, evidentemente no era mi lugar.
-¿Dibujar para vos es comparable a qué?
-A tomar helado. Es como que te paguen por tomar helado. Sos catadora de helados, pero sin empacharte. Para mí siempre fue la herramienta más rudimentaria y básica que tuve para calmarme. Se ve que cuando era chiquita e hinchaba mucho mi madre nos sentaba a mi hermana y a mí en una mesita y "tomen, dibujen". Fue algo que hice desde chiquita hasta mis 20 años, ahí dejé de estudiar dibujo porque empecé la carrera.
-Ah, estudiaste dibujo de chiquita.
-Sí, de los 11 hasta los 21. Primero fui para acompañar a una amiga, solamente para compartir más horas con mi amiga. Después mi amiga se fue y yo seguí yendo. Iba a charlar con mi profesora, la pasaba muy bien. Nunca pensé que eso sería una herramienta para algo, se me permitía en casa porque era un hobby. Y después dejé de dibujar y cuando lo retomé, años más tarde, de verdad era terapéutico. Los primeros dibujos del blog eran dibujados muy así nomás, de un modo muy infantil. Usaba cinco marcadores. Fue la vuelta a dibujar de un modo natural. Y pude reconectar con esa cosa terapéutica que para mí fue siempre el dibujo: dibujar me calma.
-¿Tenés alguna rutina de trabajo que a vos te inspire?
-En un momento era ir a un bar. Desde los treinta que laburo independiente y para poder cortar un poco con el monólogo interno, iba casi todos los días a un bar a merendar. Y era ver gente y dibujarla. Primero era eso. Después quizás me inspiraba en lo que decían para escribir y dibujaba otra cosa.
-¿Y si te sentís muy bloqueada en un dibujo, qué hacés? ¿Sos de los que se quedan insistiendo o largás todo y volvés en otro momento?
-Antes era de los que se quedan insistiendo. Al pedo. Porque lo único que lográs es un dolor de cabeza y que el dibujo te salga con cara de siniestra. En el dibujo se percibe tu estado de ánimo, no lo podés disimular, no es como diseñar. Aprendí, después de algunos de años de ver publicados dibujos con caras siniestras, que no va por ese lado. Ahora confío, sé que si no sale, voy a esperar hasta último momento y va a aparecer. Me llevó unos años ese cambio. Sobre todo porque, como venía de estudiar Arquitectura, estaba muy entrenada en aterrarme con la entrega. Yo sigo haciendo entregas después de la Facultad.
-La exigencia fue aflojando...
-Cambió la exigencia.
-¿Ahora con qué te sentís más exigente? ¿Cómo era antes y cómo es ahora?
-Antes era: "lo tengo que hacer perfecto, lo tengo que hacer perfecto". Y salía para el diablo. Realmente. Porque nunca puede salir bien si tu exigencia es que salga perfecto. Ahora la exigencia es: "disfrutalo".
-¿Cuánto te importa la opinión de los demás?
-Y mucho. Mi problema era ése, siempre.
-¿Por qué cambió?
-Cambié de psicólogo (Risas). Me crucé con alguien que me tiró una frase clave que fue: "escuchá tu deseo". Eso para mí fue revolucionario. Obviamente la mirada de los otros te importa. Cualquier actividad artística conlleva público. Es mentira que no te importa nada, pero sí empecé a reconectar con esa primera representación terapéutica que tenía yo del dibujo. Yo lo hacía para calmarme, bueno, que siga siendo eso.
-¿Qué te gusta transmitir a través de tus dibujos?
-Me interesa desmistisficar el laburo, decirle a aquel que quiere dibujar que se anime.
-¿Y a alguien que no tiene intención de dibujar?
-Que le guste, que sienta empatía. Quizás que me descubra ahí. Creo que uno en el fondo dibuja o escribe para darse a conocer.
-¿Cómo sería una escena ideal de tu vejez? ¿Estaría el dibujo presente?
-Lo ideal sería contar con más tiempo. El tiempo es interno. Yo estoy viviendo un momento propio de mi edad y la sensación es: "no tengo tiempo". Me imagino dibujando y escribiendo, pero más relajada. Todavía siento que estoy alterada con los tiempos de la juventud. Me imagino actividades muy parecidas pero con otra cosmovisión del tiempo.
-Por último, ¿cómo te gustaría que te recuerden de acá a 100 años o más?
-Soy muy insistente con la honestidad y veracidad de lo que uno hace. A veces los nuevos tiempos que corren hacen que uno, sin darse cuenta, se afane algo de otro. Ese es mi mayor terror. Por eso no miro tanto colega en general. Por lo cual, en contraposición, me gustaría que recuerden como alguien que pudo escuchar su propia voz, seguir esa especie de deseo interno, más allá de lo que corría en la época. Si en esa época lo que iba era reggaeton y yo hacía folky, seguí ahí estoica con el folky. Eso me gustaría.
-Muchas gracias, Robertita.
*"El Elemento es el punto de encuentro entre las aptitudes naturales y las inclinaciones personales. Allí donde confluyen las cosas que te encanta hacer y las que se te dan bien. Cuando las personas están en su Elemento establecen contacto con algo fundamental para su sentido de la identidad, sus objetivos y su bienestar. Experimentan una revelación, perciben quiénes son realmente y qué deben hacer con su vida" (Ken Robinson).
NOTA: Robertita publicó dos novelas: Loser y Winner. Si te interesa saber más acerca de ella, podés seguirla acá, y sino podés chusmear en las siguientes notas algunas de sus ilustraciones más recordadas: Las chicas del curso preparto: ¿cuál sos? y S.O.S.: "Lo amo pero me aburro"
FUENTE: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/robertita-dibujar-es-como-tomar-helado-nid1911426/
Libros | Esa loca inspiración
Comparto con los amigos lectores de la Aquateca, la nota Esa loca inspiración, mi columna sobre libros en la edición de octubre de la revista Travel Magazine. También los invito a leer la revista en su versión digital (PDF) haciendo click en la imagen de arriba. Así podrán disfrutar del impecable contenido y estética característica de esta publicación sobre cultura y viajes.
Para mi la inspiración es una musa despistada. Puede estar en cualquier lado y, como una loca, quizás tenga que correr, atravesar puertas, saltar molinetes y autos para poder llegar a susurrarme al oído el relato que tanto busco y no encuentro. Pienso en ese detalle y se me viene a la cabeza el libro Historias de hotel, sobre el que quiero comentarles en la columna de esta edición. (*)
Historias de hotel fue publicado en 2011, como parte del proyecto Residencia Creativa de interZona. Es el resultado del trabajo de seis escritores: Ariel Magnus, Gustavo Nielsen, Edgardo González Amer, Arturo Carrera, Sergio Chejfec y Robertita Superstar. La propuesta era pasarse unos días en “un lugar inspirador, para generar contenidos culturales...”, dice Guido Indij, cuando explica el proyecto al principio del libro. Pretendían otorgarles “un espacio y un tiempo -una interzona- dedicados a la escritura, fuera de la rutina y sin las preocupaciones de lo cotidiano”. ¿Qué mejor lugar para lograrlo que las instalaciones del hotel Llao Llao? Una oferta tentadora, a la que ningún escritor se negaría. Nabokov, por ejemplo, una vez ganó fama con Lolita se mudó al hotel Palace Montreux, en Suiza, y vivió ahí hasta su muerte. Sin ir muy lejos, Saint Exupery escribó sus primeros textos de El principito durante los veranos que pasó en el Viejo Hotel Ostende, en la Costa Atlántica bonaerense, donde todavía se guardan copias de sus bocetos. Chejov, Borges, Laurence Durrell, por citar algunos, son otros autores que vivieron temporadas inspiradoras en hoteles de diferentes partes del mundo.
Reunir a estos seis escritores en el ambiente único del Llao Llao representó para interZona un experimento estético. Les entregó un cuaderno en blanco a cada uno, para que lo llenaran con las ideas que les inspirara su estadía entre las panorámicas del Lago Moreno y el Nahuel Huapi, bajo el sol reluciente o el gris invernal de la Patagonia. El resultado fue muy interesante.
Una de las voces que más me llamo la atención fue la de Robertita Superstar. Extraordinariamente graciosa, por lo actual, presenta en su relato Es el miedo a la muerte o que está mal iluminado a una treintañera a la que nada le viene bien. Por momentos parece satisfecha y dos oraciones después salta a un cuestionamiento casi enfermizo de cada paso que da, no sólo ella, sino todos los que la rodean. Narra desde diferentes ámbitos (diálogos internos, correos electrónicos, mensajes de texto, chat...) y la voz parece martillar sobre un yunke, sin parar. Cuando estás a punto de decir basta, te lleva a un recodo del camino donde la cosa se vuelve un poco más comoda. Cada situación es más delirante que la anterior, en una parábola que parece no tener fin.
Gustavo Nielsen, en cambio, hace un trabajo distinto. La voz de su narrador es acéptica. Seduce, con su Hotel Nouvelle, a través de la construcción de una serie de microrrelatos, impecables en su estructura y armonía, que cuentan los sueños de visitantes imaginarios, en un hotel donde cada habitación es un universo en miniatura; donde hasta la recepción y los servicios tienen una historia que contar.
Arturo Carrera, por su parte, parece haber sido el miembro contemplativo. En Llao-Llao, decanta los días transcurridos entre la nieve y la amenaza de cenizas, a traves de una serie de poemas. Postales como flashes de paseos por los corredores del hotel, o entre los arrayanes del pequeño bosque que lo rodea; llenas de fábulas mágicas, de situaciones extraordinarias donde “la sustancia del tiempo es el sílex de las cenizas volcánicas”, donde todo es “como una postal de hielo que no te deja escribir, pero no importa”.
Sergio Chejfec fue otra agradable sorpresa. Su relato atrapa enseguida. El protagonista de El seguidor de la nieve, envuelve con suposiciones y paseos, donde el frío, las texturas, las transformaciones y consecuencias de la nieve te sumergen, de a poco, en un silencio brumoso, atemporal. Aparecen muñecos, ángeles y perseguidores adictos a absurdos como merodear ruinas, explorar alturas, investigar mares...
Huesped de ningún lugar parece haber sido inspirado en el pasado hotelero del escritor y cineasta Edgardo González Amer. Narrado en primera persona, comienza con una inquietante escena en la que el protagonista encuentra al padre moribundo, “con la cabeza apenas volcada hacia adelante y el brazo extendido sobre la mesa”, y la muerte se corporiza. Entonces, charla con ella, hasta que se duerme. Al despertar es desaprensivo, incluso frío, con respecto a la muerte del padre. Hasta que, sin haberlo esperardo, se entera de que ha heredado un hotel en la Patagonia. Le intriga que su padre, a quien cree conocer, haya guardado secretos. Decide ir a conocer el hotel, un poco apurado por la novia. A partir de ahí se suceden un triángulo amoroso, el rescate de un soldado desmemoriado, un reencuentro. Al terminar me quedé pensando en ¿cómo es “un chico perdido en medio de una interminable tormenta”?
La inspiración también logra dictarle a Ariel Magnus El conserje. Un mini policial en donde un hombre proyecta un crimen perfecto y trata de llevarlo a cabo. A simple vista parecería un lugar común pero no lo es. Porque en esta historia hay una vuelta de tuerca y mucha tensión. Así, de la mano de un narrador testigo seguimos las acciones del protagonista, mientras éste va cambiando de nombre, asumiendo personalidades distintas, como si se desdoblara. El relato avanza y la sospecha aumenta, generándose una maraña que no les voy a contar porque sino se pierde el encanto. Baste decir que Magnus logra un relato redondo y contundente, disfrutable de principio a fin.
Creo que podría afirmar que el resultado del proyecto ideado por interZona fue éxitoso. Logró intervenir en la musa inspiradora de estos autores y generar, en consecuencia, un grupo heterogéneamente maravilloso de relatos que se quedan haciendo eco aun después de haber cerrado el libro.
Valeria Sager
La adherencia
Winner, de Robertita, Rosario, Beatriz Viterbo, 2015.
Sueño. Estoy con Gastón, Paso por un lugar lleno de vidrios de auto y de golpe un vidrio se me mete por el dedo y entra. Me da dolor, intento sacarlo, y se me mete más. Me miro el dedo y parece como cuando la víbora se come al elefante en El Principito, pero en menor escala. Me asusto. Aparece mi padre que está con un chabón de cuarenta años. Le quiero mirar la cara porque siento que es Ernesto. Siento la presencia de Ernesto pero no le veo la cara. Gastón sigue al lado mío. Insisto con intentar sacar el vidrio, apretándome el dedo. Como cuando te querés sacar un grano. Tuc. Lo logro pero me queda un tajo en el brazo. Le hablo a mi padre porque me pareció ilógico el tajo y le digo: “¿Pa, pero qué onda? ¿Me cortó el brazo por dentro?”
No me queda claro si la poética de Aristóteles es formalista, ¿toda poética lo es al enumerar la serie de pasos a los que debe ajustarse la literatura de una época, al definir qué es lo aceptable o qué es lo conveniente? No lo sé. Como además entre los antiguos griegos las fábulas y la mayoría de los rasgos de los caracteres ya estaban dados, casi todo lo nuevo giraba en torno de la forma. En la nota preliminar de la edición de la Poética que reviso, la de la Biblioteca Emecé de Obras Universales de 1947, José María Estrada se propone expandir lo que Aristóteles dice sobre mímesis y catarsis. Cita a Santo Tomás y dice que éste designa la belleza como el resplandor de la forma y que es a lo puramente objetivo en la obra a lo que indudablemente alude. Lo que explica Estrada es que para él lo subjetivo se identifica con la repercusión de la obra de arte en la más íntima subjetividad, “en el ethos profundo a donde casi no llegan los rayos luminosos de la razón”. Después, cuando se detiene en el concepto de catarsis, dice que la expurgación de las pasiones se produce en el contemplador de la obra de arte como efecto de la presencia de ésta, y también, desde luego, agrega, en el propio artista como consecuencia de la realización de su obra. Así, la catarsis, “se produce en la armonización anímica del artista o contemplador” como consecuencia de la presencia de la armonía de la obra por vía del temor y de la compasión que “al encontrarse desordenadas en el ánimo del sujeto, se armonizan, se purifican de lo que tienen de excesivo”.
¿Por qué empezar con Aristóteles y con un prólogo antiguo, casi arcaico, una lectura de la novela de una chica que no tiene apellido y que se exhibe casi ostentosamente como si renunciara de forma radical a las bellas letras? En Winner no hay perspectiva o jerarquización de los hechos, no hay para nada una armonía o una idea nítida de belleza, no hay nada que se parezca a la búsqueda de alguna forma de la totalidad, eso que Lukács encontraba y celebraba en Balzac, por ejemplo. Pero tampoco se trata de una escritura fragmentaria o que coquetee con la vanguardia. En Winner no hay métaforas, casi no hay figuras ni retórica, tampoco juegos temporales. Nada, entonces, de lo que habitualmente identificamos con la definición de la narración literaria. La novela de Robertita es presente puro. No hay recuerdos ni infancia, lo único que marca anterioridad y posterioridad está afuera, en otro libro. Winner es la precuela de una novela anterior: Loser (Interzona, 2011). Si se leen en orden de aparición y se le da importancia a los títulos, la peripecia consistiría en pasar de la infelicidad a la dicha, de ser perdedor a ganador, como ocurre en casi todas las novelas del realismo clásico, al menos con alguno de sus personajes. Aunque el narrador deje ver la ironía respecto del triunfo del personaje que consigue la felicidad o lo que se proponía (pensemos, por ejemplo en Homais en Madame Bovary) siempre alguno lo logra. Si leemos al revés, en el orden de la fábula, de lo que se cuenta, la vida de Robertita se corresponde más con la forma de la tragedia. Lo tiene todo para después perderlo. Sin embargo, en Loser y en Winner, no hay novela realista ni tragedia, porque casi no hay acción ni peripecia. La que pierde, además, siempre es ella, pero el que gana es otro.
Aunque Robertita parece estar contando su propia vida, el presente puro produce más la sensación de un apunte acerca de cómo transcurren los días que de un diario íntimo, una autobiografía o una confesión. La escritura, aquí, da la sensación de pura simultaneidad con lo que se hace y con lo que se piensa. Pero a la vez lo que se hace es muy poco y lo que Robertita piensa es demasiado, es excesivo. La contradicción entre lo que piensa y lo que dice también es un poco desesperante. Lo que hace es levantarse corriendo, tomar muchos taxis, chatear, abrir Facebook, abrir Hotmail, abrir Gmail, Skype, Twitter, loguearse y desloguearse en Grooveshark para que nadie se entere de que escucha Arjona para llorar, borrar sus huellas por si el novio le revisa los mails, cambiar claves y volver a empezar. Ver Dawson´s Creek cuando la encuentra en la tele, identificarse con una de las chicas de la serie o compararse con Felicity, otra chica de otra serie noventosa, ver Cartoon Network para no tener miedo, ir al estudio de arquitectura en el que trabaja y odiarlo, ir a FADU, ir a la parada del 106 aunque no sepa bien a dónde va y andar en bicicleta con su amiga Marcela. Ir a la casa de sus padres a la que llama “mi casa”, en busca de un refugio que la salve de la convivencia con Gastón porque está convencida, además, de que en la casa de Gastón hay fantasmas y porque en ese lugar tiene más miedo que en cualquier lado; miedo de que le roben, miedo a la oscuridad. ¿Por qué tiene tanto miedo Robertita? Hace terapia y creo que la psicóloga debería preguntarle eso, pero no lo hace. Lo que la novela exhibe, también con ostentación, es que el miedo es solamente a tener 30 años.
El espacio que hay entre lo que pasa y lo que Robertita piensa o dice, es una abertura atolondrada en la que el miedo se llena de excusas para no enfrentarse con alguna decisión. Nunca decide, o decide que no y responde que sí o no responde y deja que los demás la lleven hacia algún lado. Los hombres en los que Robertita piensa todo el tiempo (los que no son su novio): Ernesto, Manu, Gonzalo, Sebastián, marcan el ritmo de la novela con sus caprichos y sus deseos, de ella o de lo que van necesitando. Robertita llena su pensamiento y sus planes del día con esos nombres pero nunca les dice lo que quiere o les dice todo lo contrario de lo que quiere.
Por qué empezar con Aristóteles, decía, ¿qué tiene que ver aquí la expurgación de las pasiones? Winner es del todo una novela sobre nada, ni siquiera aparece de verdad el deseo pero la sensación que produce es la de la catarsis más pura. Se lee como si la autora no pudiera dejar de escribir, así como no puede, parece, dejar de pensar y el efecto inmediato es que no se puede parar un segundo de leerla. Cuando empecé y hasta ahora, me pareció que se detenía el tiempo, que entraba sin mediaciones en el mundo y en esa especie de abulia del personaje. Se suspendían también todos mis deseos, el único que quedaba era el de seguir leyendo y el de anhelar con intensidad que no terminara nunca para que yo no tuviera que ser yo.
Decía que José María Estrada escribe que la catarsis “se produce en la armonización anímica del artista o contemplador” como consecuencia de la presencia de la armonía de la obra por vía del temor y de la compasión que “al encontrarse desordenadas en el ánimo del sujeto, se armonizan, se purifican de lo que tienen de excesivo”. En Winner la catarsis es exagerada, una especie de liviandad desconocida que se produce porque la mímesis es tan pegoteada, tan íntima que se vuelve otra cosa. No sé si hay un término para llamar a la mímesis cuando es extrema, una súper mímesis. No es tampoco ese efecto al que se llama bovarismo, no es que uno espere que su vida sea como la de Robertita, no creo que eso pueda gustarle a nadie. No es una ambición, no es una fantasía de felicidad o una proyección, es que eso que ocupa todo el tiempo entre el comienzo y el final de la lectura, se te pega, se te mete en el cuerpo, como el vidrio que al personaje le corta el brazo por dentro en el sueño, como la víbora de El Principito cuando se come al elefante y eso más que reconocerse como identificación podría pensarse a partir de un concepto que no sé si existe. Lo que provoca Winner podría pensarse como una especie de adherencia.